Las aventuras de Cayo el canalla, yerno de Yamil Pallares.

Calla Caya, que el cayado ha callado a tu tocayo Cayo cayendo sobre su callo, el canalla desmayaba en pleno mayo y lloraba yendo en sayo. Yo llegaba sin caballo, ni como llevarlo al valle a curarlo y no hallaba de esas bayas mayas que hicieran que su llaga llegase a curarse al fin, le dije al morrillo payo que acompañaba a Cayo, que yendo se fuera rumbo a casa de mi aya la Señora Muratalla y le dijera que Cayo tenía una llaga en el callo, pues se le había mallugado al caer sobre de él su cayado y no podía caminar.

-Ya calla Cayo tu lloradera. Decíale yo al llanero, mejor yace callado en ese vallado y deja prendo la llama, esperaremos a mi aya, ella llegará ya pronto. Y no llegaba mi aya, y pues nos llegó la noche. El yermo se puso frió, mientras llegaba allá a lo lejos una Toyota de llantas llanas. Era Yanes el mayo llevando tallos de avellana, le pedí llevarnos al valle y nos llevó como metralla. Me dio una toalla para la llaga del callo de Cayo, para no manchar su Toyota, y me compartió coyotas que compró allá en el Humaya.

Llegamos en que mi aya, la señora Muratalla, ella se puso amarilla, el morrillo que mandamos no llegó y nos falló, dice mi aya que llegó nomas para llevar tortillas. Sentamos a Cayo en la silla, mi aya sacó arcilla la puso sobre la llaga, se curó el callo de Cayo y dejó de llorar al fin.

Caya, fue una aventura de esas que no se hallan pero hoy llueve y no es mayo, y Cayo ya falleció. Ya se lo llevo a su gloria, el Eterno Señor Dios.

 

Deriva

Tengo miedo, por que se que voy a la deriva, y es que tan acostumbrado estaba a navegar que cuando ancle mi barca, me pareció el suelo firme tan acogedor, tan seguro aun que fuese tan pequeño, considere mi hogar un pedacito de techo mal puesto y unas palmas de pocos cocos. Hoy me parece poca cosa lo que me ha mantenido con vida estos años, la párvula ínsula ya me queda más pequeña y mi barca amenaza con partir y dejar que la corriente la vuelva a arrastrar al océano, no se si queden días o meses, pero de las palmeras que hay no sale ni para balsa y estoy mas que consciente que si mi barca se va, mi destino serán los cocos de “Villa conforme”.

Pues basta ya de cocos, subiré de nuevo a mi barca a morirme de hambre un rato, pero tengo miedo, por que se que voy a la deriva, mas a la deriva que antes, y mas viejo que ayer.

Libertad y libres

El único requisito para que un acto sea humano, es decir consciente, es la libertad, cualquier acto que se haga fuera de esta condición no genera en la conciencia la huella del propio actuar. Quien no lucha por tal libertad, se resigna a la esclavitud y al despojo de su dignidad, ¿somos acaso menos libres cuanto mas resignados?, ¿es tan tenue la manera en que cedemos con nuestros si, a la realidad de la indiferencia acerca de lo que acontece en nuestro entorno? Solo el que se sabe libre, se puede saber responsable, y la barbarie se caracteriza por la ausencia de estas dos, somos los habitantes de ese mundo bárbaro, que solo deja de serlo en los círculos minoritarios y silenciosos que entre las paginas de un libro, por ventura, encuentran la puerta a la libertad, conciencia de saberse solos y con la responsabilidad de un mundo a cuestas. El libre sufre por que vive entre esclavos, mientras el resto descansamos del trabajo tomando un buen café mientras lustramos nuestras cadenas y nos reímos de los pobres locos soñadores de la libertad.

Pensamientos trasnochados sobre la vida

La vida para qué siga siendo vida reclama al que vive para la muerte, lo conduce irremediablemente a ese punto “fatal” que termina el párrafo escrito en un cuaderno de torcidos renglones, pero aun así sobre las líneas accidentadas del papel donde se desarrolla la historia se abre la posibilidad de elaborar una magistral obra. Imprescindible para ello es: una educación de la apreciación estética de la vida, para que la conciencia de “artista existencial” nos lleve a crear la obra autentica de una vida plena y digna de ser admirada. Necesario también aprender a escribir un buen guion y modificarlo para que nuestra creación lleve rumbo y a la vez se pueda resolver lo que surja. Y sin opción a discusión (muy dogmático el muchacho) es imperiosamente necesario repensar que los momentos son valiosos por que terminan y que el hombre es solo alguien que vive un tiempo e irremediablemente ha de morir, la grandeza de este momento radicara en el “como”.

Marianita

Marianita era una niña común y corriente, le gustaba jugar en la fuente del jardín, peinar su muñeca Valentina, y que la cargara su Papá en brazos. Mariana era una niña común y corriente, hasta que un día dejo de ser común y se convirtió en una luchadora.

Como pasa en estos casos la casualidad se busco una victima al azar, y no se fijo en edades, ni sentimientos, no miro inocencia, ni maldad, y así se fijo en Marianita, y le dejo la maldición del cáncer. Rápidamente el rostro de su Papá se fue arrugando y al cargarla en sus brazos sonreía con los ojos llorosos, mientras decía: te quiero mucho mi princesa. Marianita ya no podía salir a jugar al jardín y la fuente no la baño nunca mas, poco a poco el cabello de Marianita fue cayendo por las quimioterapias y en vez de los negros rizos ahora llevaba un sombrero que ocultaba la calvicie que evidenciaba ante el mundo que Marianita tenia cáncer.

Mientras se le permitió Marianita fue a la escuela, y como es común a la edad de niños de primaria, la crueldad infantil por malevola simpathia se hacia presente, con los gritos de “peloncita”, “que bonito pelo tu mamí si que te lo cuida”, al principio Marianita se sentía triste, pero luego dejo de estarlo, oyó una charla de sus papas, donde entendió que era posible que ella partiría al cielo. Y contrariando a lo que haríamos mucho, Marianita comenzó a sonreír, Marianita decidió ser feliz los días que le quedaran de vida. Los primeros en notar el cambio fueron sus padres, no se explicaban como era posible que sabiendo que esta enferma tenga esa fuerza alegre, esa dicha hermosa.

Rió por que aun vivo, y quiero vivir feliz y quiero que tu también seas feliz por que aun vivo; contesto el día que su padre le pregunto el porque, desde ese momento no hubo día en que su padre no le regalase las sonrisas mas largas, su princesita luchadora le había dado una lección de  vida y de muerte.

El día que Marianita cerro sus ojos, antes de llorar, antes de reclamar a Dios, antes de lamentarse, el padre dio gracias, gracias por haber comprendido que era impotantisimo disfrutar de Marianita antes que se fuera, estaba preocupado por la fatalidad de la enfermedad, dejo de lado la necesidad del compartir apoyo en la adversidad y buscar la felicidad de su hija, ese día Dio gracias, luego lloro, pero al menos supo  que Marianita fue una princesa luchadora, una niña feliz.

Y si…

Y si… duele la cabeza de tanto pensar y pensar en lo mismo, obsesivamente, quisiera simplemente olvidar, pero el hecho de querer hacerlo, de intentar hacerlo, es traerlo de nuevo al presente, quiero la tranquilidad del no sentir afecto por nada, para poder tomar afecto sin cadenas de aquello que pasa desapercibido por la misma esclavitud al pasado que no fue.

Y si… estoy seguro que si se parará hoy frente a mi, quizá abrazaría su ser, y a sus pies me postraría, mas la lejanía y el contexto me dice que debo dejar que pase, y en el querer dejar que pase me abrazo a que no se vaya, a que se quede como recuerdo, como ilusión, como mera imagen.

El impulso de lo peor

La felicidad se da a cuenta gotas, solo para que podamos vivir, vivir buscándola, la fatalidad, la dureza de la vida, todo aquello que se puede llamar tragedia y que circunda la mayoría de los instantes de la existencia humana, son de una manera extraña un impulso para vivir, impulso para abandonar esa misma realidad asfixiante y andar en aras de algo mejor, ir en busca de la ansiada felicidad, recibir la dosis de descanso existencial.

El deseo es la evidencia de que falta algo que no se tiene, el deseo es motivado por la ausencia de lo bueno, o quizá el exceso de lo malo, a veces ansias de llenarse, otras veces de vaciarse. Y así camina el hombre, como un ciego que no quiere ver y busca la manera de sanar sus ojos, o el que vidente que quiere huir de sus videncias que lo atormentan, y esta realidad de carencia de bondad o exceso de penas, nos motiva a cambiar, a mudar el proceder actual para liberarnos, ese estado de bienestar es llamado felicidad, es llamado salvación, es la cumbre más altas de las esperanzas humanas, el ideal excelso, nadie sabe en qué consiste, pero todos hablan de ella, filósofos, religiosos, artistas, políticos, hombres de la calle, todos buscan el estado de bienestar total, y justo porque tenemos nostalgias de las pequeñas bocanadas del aire puro de la alegría que alguna vez respiramos en tiempos menos fatales, quizá en los brazos de nuestra madre, quizá en mirándonos en los ojos de aquel amor de juventud, precisamente por eso creemos que la felicidad esta allá afuera esperando ser conquistada, ser alcanzada y poseída, como el reino prometido al luchador, premio al que ha sufrido y recibe hoy su descanso de gloria.

Pero poniéndolo en una balanza, lo incierto y la fatalidad dominan este lar de la vida, pequeños impulsos como caricias de musa nos hacen levantarnos, quizá el instinto evoluciono en ideal e impulso a continuar la vida de maneras diferentes, de formas más “racionales y espirituales” pero con el mismo fin, mantener el deseo por vivir y seguir existiendo, la felicidad se ve ante el horizonte como destino excelso, pero inalcanzable, es la tierra prometida a nuestros padres, pero no alcanzada por ellos, y quizá tampoco por nosotros, es el llamado a soportar las amarguras esperando un pago por la amargura.

Y ahí estamos como todos, intentando convencernos de que hoy es un buen día para vivir, sugestionándome para el optimismo, cubriendo con brea los baches existenciales, callando las melancolías con ruido de mundo, con ansias de cosas, con anhelos de futuros mejores y pasados sanados, pero para los reflexivos obsesivos el placebo dura poco y llega de nuevo la tortura de preguntarse siempre el por qué, la amargura de no responderse y la tristeza de hallarse perdido en la búsqueda, buscando donde no se sabe, y sabiendo que nunca se sabrá suficiente, hasta que llegue alguna epifanía momentánea en el momento más fatal para impulsarnos a dar algunos pasos más, y así hasta que se tenga canas y piel arrugada, así hasta que la conciencia se canse y envejezca, y uno se haga conformista, sapiente de las masas, un ser que abraza las respuestas simples, y que sigue existiendo sin más, hasta morir.

Pensando desordenadamente sobre la fatalidad

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¿Existe algún antídoto para las ansias de incertidumbre hacia el mañana?, Cuando el presente se vuelve tortuoso, inmediatamente pensamos que todo seguirá igual, a veces como paliativo intentamos convencernos que todo cambiará mágicamente, pero las probabilidades descaradamente se ríen de nuestros deseos mas ingenuos para dibujarnos un porvenir un tanto igual o un tanto peor a los momentos agónicos que nos determinan en el ahora.

La fatalidad a veces es una de esas ideas obsesivas que nos seduce a los mortales con  tendencias melancólicas por no decir enfermizas maneras de pensar en todo y en nada. Entre más actividad reflexiva el dolor se ve sobre valorado, las tragedias adquieren rebuscados sentidos quiméricos, la pena y la culpa se convierten en los grandes opresores del ser dividido entre querer y moralidad; quien ignora todo esto tendrá remordimientos menos agresivos, penas menos agudas, pues estas desaparecen al dejar de pensar en ellas, y no las prologa como el pensador, que le da vueltas y mastica los recuerdos intentando tragarse todo el veneno y agonía presente en cada bocado de calamidad.

El audaz deja de pensar en que pasa y pasará, e intentara cambiarlo inmediatamente, quien quiere cambiar su mundo con reflexiones, sentado tomando café y fumando un cigarrillo, lo único que afectará activamente será su bolsillo gastado por tanta “reflexión” en la cafetería y su contexto fatal seguirá atormentando su pensar y provocándole una gastritis que se prolongará a la par del tiempo gastado en cavilaciones estériles.

El arte: la salida fácil ante el sinsentido, sitio de intelectuales, intelectualoides y otras especies ensoberbecidas en un egoísmo infranqueable; el trabajo: acción de las masas, del individuo que no reflexiona cada instante que vive, hace lo que puede con lo que tiene, valora de manera diferente. Ambas salidas que alejan la fatalidad de la conciencia del individuo, al menos por un instante, pero con causas y efectos muy diferentes, la primera causada por el hastío y en búsqueda de un premio de regocijo estético, la segunda causada por la necesidad, obteniendo como resultado el sustento, y la acumulación de bienes; el que busca lo primero dirá que lo segundo es banal, el que busca lo segundo dirá que  lo primero es improductivo; los dos son habitantes de mundos que casi nunca se tocan, sino solo en las élites de ambos colectivos, donde a veces se confunden gracias al “éxito” que les rodea, el intelectual se cree rico, y el rico se cree intelectual.

Así los intelectuales de pacotilla, sin prestigio y méritos, así como los obreros y asalariados de poco capital, caminan lo tortuoso de su existencia sintiendo indiferencia ante lo otro, mostrándose sin conocimiento y sin interés, ¿dónde radica el valor de nuestros anhelos?,¿en la subjetividad del individuo, ante lo que inmediatamente se le presenta, las ganas de zafarse de las garras de la agonía o en la prolongación de una dicha, las ansias de méritos y de esquivar los errores?

Y sin embargo aun que se piense sobre ella o no se haga en lo absoluto, la fatalidad seguirá ahí,  empujando al hombre a no morir, a seguir sufriendo, a buscar válvulas de escape a la frustración, a prolongar su acción ya sea en las líneas de producción de una fábrica, o en una mesilla de biblioteca entre libros polvorientos, la fatalidad seguirá circundando al que con algún grado de conciencia vive el instante, y espera a que el siguiente llegue también, expectante a algún milagro, al azar bondadoso o coincidencias convenientes para ganarle una a la tragedia, para sentirse dueño del instante aunque solo sea por un instante.

Aventura aventurero

No hay cadenas tan largas para atar los pasos de un aventurero, ni libertad tan grande que no lo detenga en algún momento, la astucia de andar sin mañanas, ni futuros lo hace vivir el instante en el que es, y vive. ¿Quién puede tener por más de un minuto su compañía?, ¿quién si no solo el loco que es compañero de aventuras?. Solo el andar errante en busca de novedades sublimes, de jornadas peligrosas en la constante búsqueda de un no sé que, para no sé qué.

Si vivimos la vida del aventurero hay que tomar precauciones, tener cuidado de no encariñarse mucho, los caminos siempre llevan lejos y quizá el querer a alguien que nunca volverás a ver te puede causar melancolías que serán pesadas en el viaje; procurar no guardar muchas recuerdos, que la mochila comenzara a pesar y tu paso se hará más lento y en las aventuras a veces es necesario correr; prepararte para la soledad, aprende a soportar los silencios largos y las caminatas duras, y recuerda que ante todo siempre habrá limites que no se pueden franquear, siempre habrá barreras que no podrán traspasarse.

También creo que es menester mencionar que la búsqueda tan desquiciada que motivo la aventura, el impulso primordial de alguna respuesta al sentido de la vida o al porque de las cosas, no estará al final de la aventura, esas cosas no se conocen por mucho correr, o viajar, así que no te desanimes si no logras respuestas, antes bien si son respuestas lo que quieres, desistir de la aventura debes, y comienza a buscar en las personas lo que en ti mismo es tan desconocido, en la mirada del otro se revelan las respuestas, la aventura es solo para escabullirse del tema y engañarse con sentidos momentáneos, al final de nuestras vidas todos moriremos pensando en lo que pudimos hacer, por más que hayamos hecho.

Yo por lo pronto tomo solo como aventura el levantarme y seguir viviendo, que lo de viajes largos y hazañas memorables me superan, si puedo vivir este día y saber que fui feliz me daré por bien servido.

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Mi padre y la mar

Tener un padre, es una experiencia diferente para todos, creo, he sabido de algunos que son de los mas honestos y cabales, otros en cambio, según he escuchado, la antítesis radical de lo anterior. Solo me queda hablar desde mi experiencia de ser hijo y de tener un Padre. Experiencia que espero se prolongue por muchos años, en muchas sonrisas y en calidad de las mismas.

Mi padre es ya un hombre de sesenta años, curtido por el trabajo desde su niñez, el cansancio de su oficio de panadero ya se refleja en su andar, su rostro de tez blanca teñido de rojo por el calor del horno del que todos los días sale un delicioso olor a pan, sustento de un hogar, delicia de una comunidad y bendición para el estomago de tantos que pagando por él o recibiéndolo regalado por “Don Julián” sacian su hambre.

Es un bonito oficio el que mi padre nos enseño a mis hermanos y a mi, aun que haya tomado otro camino en mi quehacer profesional es un tesoro haberlo aprendido. Él lo aprendió de pequeño, mi abuelo partía a los celestiales lares dejando huérfanos a 5 hermanos, y la responsabilidad de toda una familia recayó sobre los hombros de un pequeño niño de ocho años, que aprendió a temprana edad lo que era el valor del trabajo, y de la familia; enseño lo que aprendió y estaré agradecido siempre al cielo por su persona, enseñanza y sencilla grandeza.

Es curioso que a pesar de su temprana independencia, poco se le podría criticar, su ejemplo de honestidad y honradez no daba sino solo cosas buenas que hablar, de temperamento tranquilo y de trato amable, sus negocios eran no solo prósperos, también apreciados por los clientes. Y ya con un sustento mas que bueno, se dispuso a formar una familia, con una persona igual de sencilla que el, una dama de grandes virtudes que años después me diera la vida y que han sabido ser un matrimonio ejemplar y unos grandes padres.

Uno de los pocos pasatiempos que mi padre en verdad aprecia es la pesca, gusto que herede, gusto que pocas veces podemos darnos: él, su negocio que no conoce horarios de descanso, yo, la estancia en una ciudad distante, el trabajo y los estudios, nos vemos alejados de un deporte que es de los pocos que otorga la tranquilidad de las olas y la sal, donde el mar pasea las preocupaciones y lava las tensiones, para cansar y con suerte matar los malos ratos. Pero estas son vacaciones, y si no es ahora ¿cuando?, tres días planeando el viaje: comprando lo necesario, alistando el bote, aceitando los carretes de un par de cañas, comprando anzuelos y preparando la comida; me siento de nuevo un niño, no puedo dormir de la emoción, él si duerme, pues si no madruga ¿quien me despierta?.

No se si tendremos buena pesca, no se si habrá un buen tiempo, mucho sol, mucho viento, muchas nubes, muchos peces; pero se que estaré con mi padre en un bote, en el mar, compartiendo un buen día, y eso no tiene precio, pues el valor de un buen padre no se mide en oro sino en buenos momentos, en alegrías vividas y horas compartidas.

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